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Temprano para irse, tarde para llorar.


Un día como hoy, un 6 de Septiembre pero de 2013, un tiroteo entre dos bandas narcos en la villa de Zavaleta disparaba un tiro contra una casa que no era de material, la bala atravesó fácilmente la pared y fue a parar al cuerpo de un niño de 9 años llamado Kevin. Luego de unos minutos de agonía, Kevin murió. Un chiquito que se levantó hace dos años sin saber que todos sus sueños se apagarían con la misma facilidad con la que se apagan las 9 velitas de cumpleaños que había soplado.


Kevin murió solo, con su familia, pero solo. El tiroteó duró tres horas y tuvo, según se calcula, 105 disparos. 104 de ellos no hicieron daño. Los vecinos se pasaron las tres horas llamando a la policía, los móviles se detenían antes de ingresar a la villa y los reportes a las centrales decían “negativo detonaciones”. 105 tiros, negativo detonaciones. Hasta me parece escuchar en mi mente a los canas hablando entre sí y diciendo “dejá que se maten entre ellos”.


Cuando finalmente Kevin es alcanzado por una bala, la familia llamó a la ambulancia, que al igual que la policía, no ingresó a Zavaleta. La Garganta Poderosa publicó al instante la noticia cuando el desenlace fatal y desgarrador ya estaba consumado. Empecé a hacer zapping por los canales de noticieros, nada. Nada de nada. Todos coincidían en continuar el seguimiento de la causa de Ángeles Rawson. Ni una palabra sobre Kevin, ni ese día ni los días siguientes.


Tres meses después fue CQC a hacerles una nota a los familiares y amigos, miles de teleespectadores se enteraron de lo que había ocurrido y se indignaron pero al día siguiente se olvidaron.


Me puse a pensar entonces, si la vida de Kevin valía menos que la de muchos otros niños. Evidentemente, vivimos en un sistema que le pone un valor a las personas, y un niño de la villa tiene uno y puede medirse en centavos. Kevin era un villerito que se iba a convertir en un villero. Un villero de esos que la clase media desprecia. De esos que te cruzás por la calle y decís “este es choro” al inigualable pero muy igualado estilo de Mirtha Legrand. Kevin iba a convertirse en una de esas personas que un ejecutivo no contrataría para tareas administrativas o medianamente dignas. Kevin se iba a convertir en un “negro de mierda”. Nació condenado al desprecio y a la marginalidad. Murió así, despreciado y marginado, pero temprano, muy temprano.


No llegó a conocer en profundidad la sociedad en la que vive. No llegó a caminar por las calles del centro para ver como disimuladamente o no la gente se le aleja. No alcanzó a pedir un trabajo y que le escupan en la cara. No llegó a que la policía, la misma que decidió no salvarlo, lo detenga sin que haya hecho nada solo por su rostro “sospechoso”. No conoció las miserias de un mundo dividido entre las personas que valen y las que no. No conoció la discriminación, ejercida desde el estado, popularizada por los medios de comunicación y adoptada por la sociedad en general. Sin embargo, fue víctima de ella.


Con 9 añitos, no tuvo tiempo para llenarse del odio que todo este panorama genera y que, según algunos, justifica el desprecio. Kevin solo tenía amor.


Este jueves pasado salió a la luz y se difundió la foto de un niño sirio muerto en las playas de Turquía y provocó la indignación de todo el mundo. Una foto cruda, desgarradora, demoledora.

Pienso por un momento, quizás deberían haber mostrado una foto de Kevin ensangrentado después del disparo. Podrían haber movido alguna que otra neurona y alguna que otra arteria en esta sociedad frívola. Siete prefectos imputados por “incumplimiento de los deberes de funcionario público” pero no es suficiente. Si sigue creciendo el verdadero cáncer del mundo que es la marginalidad, no solo económica sino también en lo que respecta a la consideración social, no podremos pensar en justicia. La realidad es así.


Hoy, a dos años de una familia destrozada y un niño menos, su hermano mayor, Federico, ya debe de estar conociendo todas esas miserias que Kevin no llegó a conocer en las calles argentinas y, para combatirlo, tendrá la sonrisa de Kevin impresa en su remera y tatuada en su corazón.





*Periodista de Carlos Paz Vivo y la Villa Deportiva.

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