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Wuatanaz, el demonio que siembra murales.


No es casual que la infancia sea una de las etapas más movilizadoras de la vida. Para aquellas personas que recuerdan en sus primeros garabatos sus primeras expresiones artísticas, comparten con el resto de sus colegas un ritual casi inamovible: cualquier superficie que permita expresar sentimientos o realidades, se convierte en la posibilidad de plasmar en colores, dibujos y texturas, el mundo imaginario donde realmente un niño quiere estar, o en definitiva, su visión del mundo que progresivamente con los años empieza a comprender.


Esta es la historia de Wuatanaz, otro hermano Chileno que encontró en las paredes de nuestro país, el lugar donde representar su realidad. Los murales que se contemplan en algunas paredes antes vacías de amor y sentido, se convierten en fuertes mensajes sobre las carencias de un mundo cada vez más individual y solidario que el de ayer.


Pero este artista, no es como todos. No habla de su familia. Wuatanaz se concentra en una palabra que en los años de su escuela no existía pero cuya acción principal se mantuvo a lo largo de la historia: Bullying o discriminación para quienes preferimos mantener palabras que no nos relaciones con lo foráneo. La única condición que diferenciaba a aquel niño de la mayoría, eran unos simples kilitos de más que seguramente le faltaba a más de alguno de sus viejos compañeros de la escuela.


Esta inocente realidad, lo condenó a vivir con cierto escepticismo los ciclos educativos iniciales. Sin embargo, había una clase que era especial. Las horas de arte que daban en su colegio, empezaban a movilizar algo que en su interior, comenzaba a orientar un camino que se concretaría en su posteridad. Pero antes de llegar a encontrar su verdadera pasión, tuvo un largo y extraño recorrido.


La falta de dinero para continuar sus estudios, sumado una extraña e inocente relación de la estrategia detectivesca con el servicio militar, hicieron mezclar sus imágenes novelescas con un fallido intento de ingreso a la Marina Chilena. Pero por esas cosas del destino, una deficiencia física según los estrictos e innecesarios controles militares, alejaron a ese joven de una profesión que lejos estaba de ser la que realmente soñaba.


Buscando su rumbo, decidió probar con la psicopedagogía y aquí comienza otra historia. Una historia vinculada a la enseñanza, a la percepción de lo inmaterial, del conocimiento y sobre todo, de cómo transmitirlo. Fue quizás esta, la etapa que empezó a marcar un camino que sin todavía manifestarse explícitamente, sería el que lo marcaría sin retroceso.


Wuatanaz no expresa una idea concreta de lo político, sin embargo no es casual que haya una coincidencia con otros artistas; el análisis crítico al sistema educativo y su falta de consideración con la estimulación de la imaginación y la ya conocida insistencia con las formalidades de las teorías totalizadoras del conocimiento, convierten a los niños en seres autómatas dentro de un sistema donde todo está predeterminado por el Gobierno de turno.


Pero no todos ceden ante lo determinado. Wuatanaz entendió que ese ámbito no era el suyo. Sin embargo, ese espacio le permitió cruzarse con gente que tenía otros intereses, otros pensamientos y posibilidades que no se centraban en la educación formal como lo fundamental para su vida, sino la “buena universidad”, la de las experiencias, la de salir del ámbito de cuatro paredes llenas de asientos inamovibles. La calle, es infinita. También lo son sus posibilidades.


Fue entonces cuando la influencia de un viejo amigo hoy perdido en el tiempo, lo inició primero en la observación, segundo en el interés y después, en el comienzo de su opción de vida: la pintura. Ahí comprendió que el cuerpo, el espacio y el tiempo, eran una combinación indestructible para plasmar en su obra, una expresión ilimitada de la manifestación crítica sobre el mundo, sobre las posibilidades de trascenderlo y sobre la necesidad de valorar lo intangible como esencia de lo necesario en la vida.


Los colores de su pintura, sus formas y la personalidad de su obra, tienen un vínculo innegable con lo latinoamericano. Una Latinoamérica con demonios que lejos de manifestar la tradición occidental cristiana, manifiestan la necesidad de un despertar con pensamiento crítico. Demonios que no asustan pero hacen reflexionar. Instrumentos musicales traídos por los colonizadores, entremezclados con los instrumentos de nuestras tierras. La fusión de culturas es innegable en nuestro proceso histórico, pero en algunas personas, siempre tira más lo nuestro.


Pero vamos a detenernos un momento.


- Wuatanaz. ¿Por qué Wuatanaz?, ¿este es tu nombre?, pregunté.


Fue un momento extraño para el ambiente que rodeaba la conversación. Cuando aquella pregunta se manifestó en el entrevistador, aquel hombre de barba oscura que impide observar su rostro completo, mostro sus dientes blancos. Su sonrisa fue implacable. La anécdota donde nace aquel sustantivo propio que lo representará durante su vida, comienza a fluir con la alegría de un niño que recuerda aquellos momentos que realmente lo hicieron feliz.


Fuego en el centro y dos personas corriendo a su alrededor – comienza su relato- . Como un juego de niños que se da en las oscuras noches alrededor de una fogata, en un momento de descanso vieron manifestadas en sus sombras el enfrentamiento de sus miradas. Pero en esas sombras que se entremezclaban, sobresalía una extraña curva que representaba la formidable alimentación de aquel demonio que corría a su prima para asustarla. Aquel semi círculo oscuro que se observaba sobre el suelo como proyección de la luz del fuego, parecía ser una panza que resaltaba sobre el resto de su cuerpo.


Su prima con vos de bruja, se reía mientras señalaba su “wuata” y como una real representante académica gramatical de la Real Academia Española, agrego una palabra al diccionario de la vida, Wuatanaz: mezcla de panza con una especie de Satanás santo, bueno, inocente.


Ese Satanás alegre que despierta con su arte la atención de los vecinos que recorren viejas paredes convertidas en sentido, es wuatanaz. Un demonio con panza, con conciencia latinoamericana y con un especial gusto, el de hacer sonreír a la gente que pasa al observa sus pinturas. Gente que en el vertiginoso ritmo de un posmodernismo cruel, decide regalar un segundo a la reflexión de algo que trasciende lo rutinario y los sumerge por un tiempo en lo indeterminado, en el pensamiento de valorar la belleza de lo manifestado por el arte.


Ese queridos amigos, es Wuatanaz.



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