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Diplomacia sin olvido.


En las relaciones diplomáticas de los distintos países del mundo, existe un objetivo común o por lo menos, así debería ser en la realidad: lograr que los acuerdos bilaterales o multilaterales consoliden las potenciales características sociales, culturales y económicas de cada nacionalidad sin que una se vea perjudicada por la otra.

En este contexto, la visita de Barack Obama es sin duda festejada por gran parte de la ciudadanía. Electores, militantes y por qué no, también fanáticos de la disciplina internacional condicionada por los modelos propuestos por las principales potencias, ven con beneplácito la nueva era de apertura nacional hacia el nuevo mundo.


De hecho, es imposible no festejar el fortalecimiento de la diplomacia de una gestión que recién empieza a caminar.


Pero para amplios sectores de la sociedad, el descontento generalizado con los discursos “populistas” de Latinoamérica, propone un análisis simplista sobre la significación que tiene para los Argentinos la visita de un Presidente, que a diferencia de Bill Clinton en 1997 -última visita recibida por nuestro país-, propone una serie de políticas internacionales que desconciertan incluso, a los personajes más conservadores de nuestro propio país. La desintegración de Guantanamo, la reconstrucción de las relaciones bilaterales con Cuba, el levantamiento del bloqueo a Iran y otras respuestas, hacen que se vea a Obama como uno de los presidentes con mayor apertura hacia la ruptura del concepto de la economía de libre cambio en la historia de los Estados Unidos después de Franklin D. Roosevelt, sin que esto, signifique perder el dominio y la iniciativa en la agenda política internacional.


Es por ello, que sin detenerse a pensar en los contextos históricos, políticos y económicos, a estos ciudadanos amantes del buen parecer y la disciplina a los protocolos internacionales, les parece “inapropiado” y hasta "anacrónico" mencionar el rol del país visitante en la diplomacia internacional a lo largo de nuestra historia. Les parece apropiado abandonar las históricas marchas del 24 de Marzo y rematan con frases ridículas como: "qué tenía que ver Obama en el 76 si estudiaba en la universidad". Para estos personajes pintorescos que viven de los Posts en facebook, es fundamental no ofender a los visitantes y mucho menos, que Dios no nos escuche, reprocharle a Estados Unidos su rol durante las distintas dictaduras en Latinoamérica.


Para ellos, su preocupación principal no es la independencia económica ni la construcción de una nacionalidad soberana, sino la ponderación de nuestra conducta ante la disciplina mediática que al otro día, reflejará en el mundo los resultados de la nueva esperanza latinoamericana. Es que para estos ciudadanos, hartos de una década signada por la monopolización de la política que por elección y voluntad del electorado los eligió, no importan los intereses en discusión y mucho menos el significado histórico de esta visita. Sólo observan con felicidad lo que el anterior gobierno por sus formas, no pudo lograr: la amistad de los grandes.


Pero para lamento de algunos fanáticos desmemoriados, la diplomacia que rodea a nuestros países está rodeada de conflictos. Sólo desde la década del ochenta hasta la fecha, podemos mencionar la colaboración de Estados Unidos con Inglaterra frente al conflicto bélico de Malvinas y su falta de apoyo frente a nuestro reclamo en Malvinas frente a la ONU, su papel en el Fondo Monetario Internacional y la Secretaría del Tesoro en el endeudamiento argentino y muchos otros acontecimientos harto conocidos. Pero para incomodar al lector fanático de las buenas apariencias, vamos a estirar el análisis hastas el borde del "anacronismo". En la década del sesenta y setenta, basta con mencionar la Escuela de las Américas y la Doctrina de Seguridad Nacional para exigir de manera consciente, una reivindicación que eleve la soberanía del pueblo argentino a un hecho que coadyuvará a fortalecer la memoria colectiva y un principio fundamental: la voluntad de dejar de ser el anexo del viejo mundo, para comenzar a ser un país con capacidad productiva para ofrecer a sus ciudadanos una mejor educación, una mejor salud, mejores salarios y mejores oportunidades. Logros que sólo serán posibles conquistar si podemos saber quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Para ello, tenemos dos posibilidades. O aceptamos con resignación el olvido para ser los convidados de piedra del mundo visible u optamos por relaciones bilaterales sanas que sellen cada vez más la construcción de nuestra propia nacionalidad para no seguir cediendo a la transculturación generalizada y a la subordinación económica propuesta desde el sistema financiero internacional.


Para los argentinos, plantear estas posturas, no significa bajo ningún punto de vista anular el diálogo y posibles acuerdos entre Estados Unidos y Argentina, sino demostrar al mundo, que todavía el antaño granero del mundo sigue dispuesto a pelear por una integración a la economía internacional sin dejar de lado los índices de integración y crecimiento social. Para los argentinos, el objeto de satisfacer recetas extranjeras, debe ser un error que no debemos volver a cometer.

La verdadera independencia, está en consolidar acuerdos que beneficien a ambos países, pero que a su vez, garantice a nuestras empresas nacionales, a los trabajadores argentinos, a las libertades ciudadanas y a la consolidación de nuestra historia soberana, la oportunidad de crecer sin condicionamientos ni sometimientos.


Esta es una apuesta arriesgada que puede tener costos y beneficios, pero que sin duda, dejará espantados a los amantes de los titulares exitosos que con el tiempo, devienen en largas crisis económicas pagadas con el hambre de un pueblo que vio pasivamente, cómo condicionaban su futuro.



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