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La única muerte es el olvido


Más que un acto individual, la Memoria es una construcción colectiva que se evidencia como el significado con el que el pasado es reapropiado y actualizado. La necesidad de combatir olvidos desde el presente y para el futuro.


El escritor uruguayo Eduardo Galeano dijo, alguna vez, que la Memoria Colectiva era más poderosa que cualquier dictadura, que cualquier inquisidor por malo que sea y que cualquier verdugo por eficaz que parezca. Quizás en sus palabras se escondan verdades mucho más profundas y complejas, tan hondas como el cuestionamiento a la propia naturaleza del recuerdo, el olvido y la historia.


A lo largo del siglo XX la memoria fue abordada desde dos perspectivas opuestas: la individualista, aquella que insiste en que la memoria se encuentra al interior de la cabeza como atributo individual; y la colectiva, que -contrariamente- prefiere creer que la memoria se edifica sobre la base de los grupos.


Desde esta segunda lectura, la relación entre los propios recuerdos y los de otros representa la base de aquello a los que llamamos memoria colectiva.


Pablo Fernández Christlieb la define como “el proceso social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado por un determinado grupo, comunidad o sociedad”, dando cuenta de que, más que el hecho y sus detalles, lo que se recordará es el significado que la sociedad le atribuyó a un determinado acontecimiento.


Así, pese a que es posible comprender a la memoria como una construcción de sentidos sobre el pasado, no es menos trascendental asumir que los recuerdos se enmarcan en relatos colectivos prestados de los relatos contados por otros; los sujetos se hallan insertos en contextos culturales, grupales y sociales específicos de los cuales los procesos de memoria no son ajenos y de los que no pueden escapar.


Bajo ese contexto, la memoria colectiva emerge como un relato social que asume su sentido en el marco de tramas que se conjugan, interpelan y reconfiguran de forma continua, reactualizando de manera recurrente los sentidos en torno al pasado.


Consecuentemente, la historia es siempre historia del presente, una historia que se edifica interrogando al pasado pero desde la perspectiva del presente. Así, la construcción de Memoria en torno a la última dictadura cívico-militar debe enmarcarse en estos procesos macro-sociales, en los que los sujetos se re-apropiaron de la historia desde la reivindicación del rechazo al olvido como práctica que consolida una búsqueda democrática compartida.


La memoria es selectiva, habitan en ella olvidos, huecos, fracturas, silencios y contradicciones, por lo que la decisión de recordar habla de una sociedad que ha significado el dolor como una experiencia existente, propia y cercana, que se inscribe marcada a fuego en su propia identidad como pueblo.


Tener Memoria es reivindicar la perspectiva de la historia y construir cultura, es una toma de posición respecto al pasado, pero sobre todo en relación al futuro. Es construir garantías y certezas y es, como principio transversal y letal, rechazar el olvido como horizonte posible y pensable.


El olvido es un proceso de construcción colectiva que interpela e invisibiliza a la memoria. La fabricación del olvido se materializa en un relato que se impone con sus presencias y sus ausencias, que narra -y coarta- desde lo que hay que recordar hasta aquello que hay que olvidar.


La Memoria Colectiva sobre la crueldad de la dictadura se impuso a aquella fabricación del olvido, incluso a las búsquedas institucionales del olvido, logrando echar por tierra los intentos de imponer una sola visión sobre el pasado vivido y experimentado. El silencio se hizo palabra y la reparación histórica restituyó la memoria, ese recuerdo permanente que sólo le pertenece a los pueblos y que en ellos encuentra su única forma de inmortalizarse.


La arquitectura de la memoria: el lenguaje


El instrumento que estructura y posibilita la memoria colectiva es el lenguaje, entendido como el marco más “estable” y como el espacio social de las ideas. Así, cumple el rol fundacional y fundamental que es permitir reconstruir el pasado confirmando la dimensión social de la memoria.


De esta manera, posibilita designar a la realidad y supone una serie de acuerdos colectivos respecto de ella. Los sujetos emplean términos que portan un determinado sentido y que remiten, a la vez, a un determinado juego de recuerdos. Es así como la Memoria se abre paso a los acuerdos colectivos mediante los cuales se designan las cosas, como así también se nomina el pasado y los acontecimientos que lo constituyen.


En tal dirección, el NUNCA MÁS como manifestación de la palabra es concomitantemente una producción de sentido y posición, una batalla ganada del recuerdo por sobre el olvido, un acto de memoria. Bajo el supuesto de que quien nomina domina, la superación de la teoría de los dos demonios o las nominalizaciones del proceso como una guerra, implican también una reinterpretación del pasado y la producción de nuevos significados, consolidando una Memoria Colectiva que interpela aquellas lecturas que menguan el paso del terrorismo de Estado y que comienza a llamar las cosas por su sentido nombre: detención, tortura y exterminio. Una Memoria que se contagia y se expande de recuerdo en recuerdo y que entiende que, siempre, la única muerte es el olvido.

*Licenciado en Comunicación Social y Docente del Colegio Universitario de Periodismo.

* Foto aportada por el autor.

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